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El hombre inesperado de la política

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por Ricardo Forster – Filósofo – http://tiempo.elargentino.com/notas/hombre-inesperado-de-politica

Kirchner rehabilitó la posibilidad de que la política saliera de la zona oscura y de que muchos pudiéramos sentir que había una oportunidad de que la sociedad fuera más justa, más democrática, más equitativa.

A mí me unía un afecto muy  grande con Néstor Kirchner. Tenía la sensación de que era alguien con quien podía compartir un café, conversar de la vida. Él transmitía esa sensación de amigo del barrio, tenía esa espontaneidad, ese modo de hablar que te colocaba, no frente a alguien distante, sino frente a alguien que estaba junto con vos. Por otro lado, también siento agradecimiento. Quizás esta sea la sensación más profunda. Siento un profundo agradecimiento por volver a sentir que tenemos un país, que lo podemos amar, que podemos soñar con transformarlo, con mejorarlo. Kirchner rehabilitó esa sensación en la Argentina. Rehabilitó, no solamente la posibilidad de que la política saliera de la zona de oscuridad en la que estuvo encerrada durante los años noventa, sino para que también muchos pudiéramos sentir que había una oportunidad de que la sociedad fuera más justa, más democrática, más equitativa. Nos permitió pensar que era posible recuperar viejos ideales bajo las condiciones de esta época, que era posible volver a construir puentes entre la generación de los ’60 y ’70 –con sus dolores, sus sueños y sus derrotas a cuestas– y las demandas de las nuevas generaciones.

Básicamente, Kirchner pudo expresar ese fondo continuo de la historia argentina, ese fondo de resistencia, de rebeldía, de necesidad de seguir soñando que las cosas no están escritas de una vez y para siempre, que la historia puede volver a abrirse, que guarda dentro de sí lo inesperado. Yo siempre pensé que Néstor Kirchner era lo inesperado en una época muy terrible de la Argentina. Hay que mirar dónde estábamos. Era el final maldito de los ’90, de 2001, en tránsito hacia 2003 con una sensación de fragmentación, de caída en un abismo, no sólo en lo económico, no sólo en lo moral y político, sino también en lo sociolcultural. Creo que a partir del 25 de mayo de 2003 muchos sentimos que, con dificultades, con contradicciones, con déficits que eran el producto de largas décadas dificilísimas de la Argentina, algo volvía a habilitarse, algo volvía a generar entusiasmo y, por qué no, pasión por la política. Kirchner fue un hombre de una gran pasión política, pero no de cualquier pasión, sino de la pasión capaz de transformar la vida de los humildes, de los olvidados, de los derrotados de la Historia. Para muchos significó una inflexión, un antes y un después. Esto es algo que yo intenté decir en La anomalía argentina, porque Kirchner fue una gran anomalía en el país: no era esperado por gran parte de la sociedad. Seguramente en esos años estaba más próxima la posibilidad de un presidente como Reutemann, de un ballottage entre Menem y López Murphy, que un hombre como Kirchner que venía a generar algo que no estaba en las expectativas de gran parte de esta sociedad: la política de Derechos Humanos, el reencuentro fundamental con América Latina, el giro en la política internacional, la relación con el Fondo Monetario, la recuperación del mercado interno, la necesidad de reconstruir trabajo, vida social, vida sindical, de reconstruir lo que estaba destruido en el país. Esa figura implicó un giro extraordinario, significativo, profundo. Pero también puso en discusión lo que en los ’90 había sido la reducción de la política a lo que los medios de comunicación querían que fuera.

Ese gesto de anular las conferencias de prensa o de dejar que la agenda la manejaran los medios fue un gesto decisivo de un calibre inmenso para la época que le tocó a Kirchner. Creo que ahí se pueden leer muchas cosas de su personalidad, de su modo de pensar que la política no puede ser simplemente lo que se resuelve en un set de televisión o en una encuesta, sino que tiene que reencontrarse con la calle, con las plazas, con la movilización. Me alegra profundamente que haya podido participar de manera muy activa en los festejos del Bicentenario, porque creo que debe de haber pasado una gran corriente de felicidad por su cuerpo y por su alma, viendo a millones de argentinos recuperando la patria en el mejor de los sentidos: la patria de la infancia, de los afectos, de los amigos, no esa patria de los milicos y los nacionalistas baratos.

En ese sentido Kirchner recuperó las condiciones para que podamos volver a discutir sociedad; democracia en el mejor de los sentidos, es decir, no dejar que a la democracia se la coman los que tienen el poder económico, que la reduzcan simplemente a un voto cada tanto, sino que la democracia sea el lugar donde haya un litigio por la igualdad. Habilitó también la posibilidad de que volvieran a aparecer los olvidados de la Historia: los pueblos originarios, los pequeñísimos campesinos, los trabajadores. Este es un legado clave, decisivo: que la política va a la plaza pública, vuelve a instalarse en lo mejor de las tradiciones populares, se entrama con la democracia y esta se entrama, a su vez, con la pelea por un país más justo. Ahí está el Norte de gran parte del legado de Néstor Kirchner y que claramente hoy expresa la presidencia de Cristina. Kirchner también era aquello que le criticaban: las “malas formas”, la posibilidad de mostrar que las instituciones de las que tanto hablan algunos estaban carcomidas, vacías, y que en realidad se hizo un enorme esfuerzo por recuperarlas, pero también por su voluntad de desacartonar la vida política argentina, sacar caretas, mostrar que cuando se disputa la renta se tocan intereses. El de Néstor Kirchner y ahora el de Cristina Fernández fueron los primeros gobiernos democráticos que en 50 años de historia argentina les dijeron “no” al chantaje de las grandes corporaciones económico-mediáticas, y ahí hay un caudal fundamental que tiene su punto de partida en las convicciones de Néstor, que sin dudas compartió con la compañera de su vida que es Cristina. También ahí se encuentra un núcleo central. Yo recuerdo que decían que había doble comando al comienzo de la gestión de Cristina, en el conflicto con la Mesa de Enlace, que Cristina era una especie de Chirolita, y tantas cosas que ahora van a silenciar por unos días. Quedaba claro que compartieron un ideal de país, una convicción militante que no pueden entender los sátrapas, los tipos que solamente piensan la política como negocio personal o como un modo de defender la lógica de las corporaciones y del establishment. No pueden entender que ellos conformaban una pareja extraña, que venía de otras historias y que regresó a la escena política para decir algo que no se esperaba gran parte de ese país, que nos devolvió la posibilidad de sentir que de vuelta es posible transformar la Argentina en un sentido más igualitario. Si yo tuviera que agradecer algo a Néstor, sería eso. Para quienes vivimos los años terribles de la dictadura, los que tuvimos enormes expectativas en la Argentina y la América Latina de comienzos de los ’70, con Kirchner volvió a aparecer la poética de la emancipación en un continente que había sido despojado en lo material, pero también en lo más profundo de su sueño. Néstor Kirchner, como otros líderes que en este momento deben de estar tremendamente apesadumbrados –pienso en Lula, en Chávez, en Correa, en Evo, en Mujica–, fueron parte de la reconstrucción de América Latina. Y la Argentina, desde el comienzo del mandato de Néstor Kirchner tuvo un papel clave para volver a colocarnos en el lugar que nos define como la sociedad que es América Latina, y salir de esas veleidades primermundistas y otros cualunquismos de esta naturaleza. También ese es un legado decisivo de Néstor que hereda Cristina.

Estamos frente a una situación de desolación, de tristeza, de dolor, porque Néstor Kirchner es insustituible. Era un hombre que había logrado cristalizar, en un momento histórico muy difícil, algo de una potencia inusitada. Puso el cuerpo, la habilidad para construir y la capacidad de tomar, en un momento dificilísimo del país, el timón de una sociedad desquiciada. Lo vamos a extrañar enormemente, porque dejó un vacío muy grande, pero me parece que hoy más que nunca hay que recuperar los núcleos centrales de lo que él volvió a colocar como sueño, como pasión en una parte importante de esta sociedad, sobre todo en quienes seguimos amando y seguimos pensando que es posible una sociedad más justa. Y Cristina es clara expresión de esa matriz, no sólo porque fue la compañera de su vida, su pareja desde que eran muy jóvenes en momentos de una intensidad única en la Argentina de los ’70, sino también porque compartieron profundamente los códigos de la lengua política en la que se formaron. Y no fue una lengua política de ocasión, sino una lengua que reintrodujo palabras que habíamos olvidado: distribución, equidad, sujeto social de derecho, América Latina. Todas palabras que en los ’90 habían sido expulsadas del centro de la escena. Kirchner fue clave a la hora de restituirles su sentido, y por eso es tan importante sostener su proyecto y su legado a través de Cristina.

Autor: Sergio Elbio

boquense ortodoxo

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